Barong vs Rangda: la danza que todos llevamos dentro

 

Estos son Barong y Rangda y me los traje como souvenirs. Tienen una linda historia que descubrí hace 7 años mientras estaba de viaje por Indonesia y que creo nos puede cambiar la vida.

En la mitología Balinesa, Barong es el símbolo de la protección. Es el líder de todos los espíritus del bien y protector de los humanos. Si algún día caminás por las calles de Ubud, el pueblo específico donde nació la leyenda, lo vas a encontrar por todos lados representado en una especie criatura mitológica con forma de león.

Su enemiga íntima es Rangda, la reina de los demonios.

La batalla entre Barong y Rangda la podés ver en las calles en forma de una danza que ilustra la eterna lucha entre el bien y el mal. En ese baile, Rangda usa magia negra para tratar de someter a Barong, pero éste se resiste y logra doblegarla. En la leyenda, Rangda termina escapando y como resultado se reestablece todo el orden celestial.

 

El bailongo interno

Dejemos de lado por un segundo el hecho que, a esta mitología como a tantas otras, hoy probablemente algún colectivo les exigiría un toque de deconstrucción para ir al hueso de lo que te quería contar.

No me traje de souvenir sólo al héroe de esta leyenda. La villana también se vino conmigo, porque los dos son mucho más que un recuerdo pintoresco de mi viaje. Barong y Rangda me ayudan a interpretar mejor una danza que creo que todos llevamos dentro.

El ying y el yang, el diablito en un hombro y el angelito en el otro, el tridente de Poseidón y la serpiente de Hydra, la flor de loto y el lodo…hay mil arquetipos milenarios que representan algo similar. Pero en esta mitología hay un elemento diferente que me llamó mucho la atención; la batalla representada en una danza.

Cuando en Bali me contaron de qué iba esta historia, mi asociación fue automática; éste es el mismo bailoteo interno que empieza cuando mi mente se pone en ese rol de jueza con la potestad de catalogar entre el bien y el mal.

Es la exacta misma danza.

Es la exacta misma danza que muchas veces también está directamente relacionada con lo que te conté en este post acerca del arma de doble filo que representan las historias que nos contamos a nosotros mismos. Y por eso es una danza a la que quiero empezar a prestarle mucha más atención. 

 

La vida en Technicolor

No si a vos te habrá pasado lo mismo, pero yo crecí en un mundo bastante binario en el que las cosas se suponían que eran blanco o negro. Ésto está bien, ésto está mal. Ésto es correcto, ésto es incorrecto. Ella es exitosa, él es un fracasado. Él es bueno, ella es mala. Es un Barong o es una Rangda.

A medida que fueron pasando los años me fui dando cuenta que muchas de estas catalogaciones tan categóricas empezaban a entrar en conflicto en mi cabeza. De repente me enteraba que, ese jefe al que muchos tildaban de amargado resentido, en el fondo estaba sufriendo porque tenía su hijo muy enfermo. O si me detenía a observar a esa tía que todos decían que era una fracasada, de repente la veía sonreír más que a los otros tíos. Ni hablar de eso que tanto me jodía que un amigo me había hecho; si era intelectualmente honesto, en algún momento yo también me había mandado alguna parecida con otro amigo.

De a poco empecé a entender que en la vida existen unos productitos espectaculares que podemos usar y que se llaman “grises”.

Esos hermosos grises me empezaron a servir primero para aceptar y después para tratar de entender. Me fui dando cuenta que la vida es mucho más compleja y más rica que sólo blancos o negros y que la mejor forma para descubrir y tratar de entender esa complejidades era través de la danza de los grises.

El escritor estadounidense F. Scott Fitzgerald. alguna vez dijo que “la mejor prueba de una inteligencia de primer nivel es la capacidad de sostener en la mente dos ideas opuestas al mismo tiempo y aun así conservar la capacidad de funcionar”.

Creo que Fitzgerald estaba hablando de esta danza de los grises, de los matices que pueden empezar a surgir de esa batalla tan visceral en la que muchas veces entran nuestros extremos. Enfrentamos a nuestro Barong y a nuestra Ranga y de a poco empezamos a entender que hay un pedazo de cada uno de ellos en todo. 

Y ahí se empieza a destrabar un level más; lo mejor de todo es que esos matices que van apareciendo son la puerta para salir de una experiencia densa y monocromática para empezar a disfrutar la vida como una danza que puede ser tan soberbiamente colorida como la de estos personajes balineses.

Una danza con matices que nos ayuda a ser bastante más compasivos y amorosos con nosotros mismos, porque nos permite aceptarnos y entendernos mejor.

Una danza que también nos ayuda a acercarnos un poco más a los demás, porque empezamos a partir de la base que nosotros mismos también llevamos esa danza interna y que, muchas veces y a lo Rangda, pifiamos fuerte y metemos un pie en la oscuridad.

Una danza que nos empuja a entrenar y darle tono a nuestro músculo creativo, porque no cataloga, no condena ni reprime los caminos que nos pueden llevar a animarnos a atacar los desafíos que nos parecen importantes. Ya no hay caminos correctos o incorrectos. 

Una danza que nos ayuda a crecer y aprender más, porque dinamita la paralizante y estúpida dicotomía entre éxito o el fracaso, dándonos permiso para experimentar y equivocarnos más.

Una danza que nos da perspectiva para entender que no es ni todo hoy ni todo mañana, que hay cosas en esta vida que toman tiempo. También que hay cosas que no deberíamos hacer esperar.

Una danza que nos permite vivir un poco más en paz, sin tanta ansiedad ni frustración por las cosas que no salen como esperamos.

Esa danza colorida entre Barong y Rangda que descubrí en Indonesia hace años, hoy me ayuda a recordar toda la escala cromática de mis pensamientos y mis acciones para poder contemplarlos, para poder entenderlos y para poder mejorar un poco todos los días.

 

¿De qué lado estás?

Alguien dijo alguna vez que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Ok, después de todo, en la batalla que surge entre estos dos seres mitológicos balineses sólo uno de ellos sale victorioso. Es Barong y es quien representa el bien.

Por eso esta leyenda a mi también me sirve de norte. 

Sí, bailemos, porque quiero contemplar todo el espectro. Quiero entender y quiero poder ver todos los matices posibles. Pero también quiero apuntar a que, al menos dentro de mí, gane Barong.

Quiero que en esa batalla entre el bien y el mal, gane la comprensión y compasión conmigo mismo y con los demás. Quiero animarme a que vuele mi creatividad, a equivocarme y a aprender de mis errores. Quiero poder vivir y saborear el presente, trabajando con paciencia para construir lo que creo que importa. También quiero vivir más en paz.

Es verdad que muchísimas veces no lo logro. Por ego, por miedo o por simple falta de presencia, en mi danza interna muchas veces parece que va a terminar ganando Rangda. Alguna de esas veces me frustro y muchas también me castigo bastante de más.

Cuando eso empieza a pasar, miro mis souvenirs y me recuerdo que así es la vida, una danza entre el Barong y la Rangda que todos llevamos dentro. Lo importante, creo, es permitirnos bailarla para poder contemplar y ampliar toda esa hermosa gama de colores que puede tener nuestra experiencia el tiempo que nos toque vivirla.

Abrazo y hasta la prox. 

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